1630 MUSICA DEL MAS ALLA EN EL MONASTERIO DE LUPIANA
En el siglo XVII, los monjes jerónimos del monasterio de San Bartolomé de Lupiana escucharon una misteriosa musica que identificaron como el de un coro de ángeles.
La Orden de San Jerónimo (Latín: Ordo Sancti Hieronymi, sigla O.S.H.) es una orden religiosa católica de clausura monástica y de orientación puramente contemplativa que surgió en el siglo XIV. Siguiendo las enseñanzas de San Jerónimo, un grupo de ermitaños castellanos encabezados por Pedro Fernández Pecha y Fernando Yáñez Figueroa decidieron entregarse a una vida cenobítica creando la orden de San Jerónimo, sujeta a la regla de regla de san Agustín. Dicha orden fue aprobada en el año 1373 por el papa Gregorio XI que entonces residía en Aviñón durante esos momentos históricos.
El Monasterio de San Bartolomé de Lupiana fue donde nació el germen de la Orden de San Jerónimo para luego difundirse por toda España y Portugal. Su construcción como monasterio propiamente dicho comenzó en el año 1474 sobre una ermita ya existente dedicada a San Bartolomé, que databa de 1330.
La Orden de San Jerónimo prescribe una vida religiosa de soledad y de silencio, en asidua oración y fortaleza en la penitencia, y trata de llevar a sus monjes y monjas a la unión mística con Dios, consideran que cuanto más intensa sea esta unión, por su propia donación en la vida monástica, mucho más espléndida se convierte la vida de la Iglesia y con más fuerza su apostolado.
Tomando las bases de la regla de San Agustin, una de las caracteristicas diferenciadoras de esta orden frente a otras, es su dedicación a la música, en concreto a los cantos del coro. El coro y la oración contemplativa eran su base fundamental al cabo del dia, quizá de una forma demasiado absorvente y por ello han sido criticados con frecuencia.
Y recordemos la tradición iconográfica cristiana presentando a los ángeles como músicos litúrgicos, basándose en la idea de que los ángeles están celebrando en cielo una liturgia perpetua, a la que se uniría en la tierra la misa de la Iglesia. La orden de los Jerónimos fue una gran propagadora de la idea de los ángeles músicos y cantores en los coros durante la liturgia. La iglesia militante en la tierra no es sino una antesala de la iglesia triunfante, en la que los ángeles se pasan la vida cantando alabanzas a Dios.
En el libro Primera parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo, escrito por Fray Francisco de los Santos en 1680, en su seccion libro segundo, capitulo XIII, titulado Oyense músicas de Angeles en el Real Monasterio de San Bartolomé, y vense otros admirables sucesos, se recogen una serie de fenómenos curiosos y anómalos ocurridos el 28 de agosto de 1630, en el monastero de San Bartolomé de Lupiana, y que fueron conocidos como milagro del canto de los ángeles en el coro.
Ese día era la celebración de San Agustín, cuya Regla era la base de la Orden de los Jerónimos, a la tarde, se ofreció salir la Comunidad de San Bartolomé en Procesión, con velas encendidasen las manos, rezando salmos y Divinas alabanzas, para acompañar el Viático para un enfermo muy querido por los frailes, Melchol de Pastrana, al que el medico no lograba sanar y le consideraba en peligro de muerte.
Caminaron desde la Iglesia hasta la Enfermería de los Criados, que estaba algo apartada de el Convento, y alli recibió el enfermo el Viático con devoción y fervor cristiano.
Al volver la Comunidad en Procesión hacia la Iglesia, rezando con la misma pausa y gravedad que antes, se levantó un viento, que apagó las velas, quedando solo una luz, que fue la que llevaba el General, el padre Fray Francisco de Cuenca.
En ese momento se oyeron músicas suavísimas que duraron hasta acabar la procesión, escuchadas por los Religiosos y los Seglares, que acompañaban al Santísimo Sacramento, con tan excelente armonía, que los puso a todos en admiración y curiosidad.
Al principio pensaron que era la Música de los Cantores del Convento; pero es que todos iban en la Procesión rezando con los demás conforme al estilo, y que los niños de la Hospedería, que suelen ayudar a la Capilla, estaban también allí,
Se desengañaron de esta idea; cuando advirtieron la gran diferencia de aquella Música, a que ninguna de la tierra era comparable en el concento, en el sonido, en el Arte. Lo dulcísimo de las voces, y ecos, junto con suspender, y arrebatar las Almas; las llenaba de celestiales alegrías; y mirándose unos a otros, no sabían qué decirse.
Estaban todos autivos de aquella suavidad, que ocupaba sus corazones, Y gozaban en ellos unos efectos de gloria. Levantaban la vista al Cielo, y con ella la atención, y el oído; y aunque no percibían lo que cantaban, ni en qué Idioma, percibían lo Divino de las cláusulas por todas partes, como en diversos Coros repartidos por el aire, que se juntaban en gustosísimas consonancias, oídas como de lexos.
Pensaron que no podía ser de la tierra aquella melodía, sino de el cielo; lo uno por la altura en que se oían las voces; lo otro, por lo nuevo y raro de la armonía; también, por el efecto tan grande que causaban en lo ánimos; y últimamente, porque en aquel Desierto y soledad, y en aquella hora, no hallaban de dónde podía provenir, y gozábanse en la idea de que eran los Angeles los que cantaban Divinas alabanzas al Señor.,
Cuando llegó la Procesión a la Iglesia, y cantado el Tantum ergo, pusieron al Señor en la Custodia; cesó la armonía que los había tenido tan suspensos , y comentando unos con otros este suceso, todos agradecian el favor de haber oído esta Música, y gozado de las Angélicas consonancias, con un gran alborozo por haber participado esta dicha, de contento no les cabía el corazón en el pecho, y derramaban lágrimas de alegria.
Los entendidos en el Arte de el cantar no sabían cómo ponderar la destreza, y gala de los que habían oído, en la dulzura, en los pasos; y el Maestro de Capilla decía mucho de la hermosa composición, unión, y correspondencia de los Coros; admirando unos, y otros como inimitable en lo humano, así el porte de las voces, y el metal, como la compostura de los Cánticos.
Los demás Religiosos, y Seglares que allí se hallaron, significaban su sentir las veces que hablaban de este suceso, no exagerando la calidad de esta Música, sino encogiéndose de hombros, y dándose por vencidos para saber referir, y exagerar.
Hasta los niños de la Hospedería, con sinceridad de tales, publicaban con bien notable alegría, que habían oído cantar a los Angeles; y siendo ellos, según la pureza, y candidez de su estado, confirmaban la verdad de este suceso.
A su vez, como añadido al prodigio de la musica celestial, añadiremos que el enfermo al que se le llevó el Viático sanó compeltamente, y además le desapareció la tartamudez que tenía.
Dieron muchas gracias a Dios por lo acontecido; desearon se extendiese a todos la noticia de caso tan milagroso, y así se hizo. Se hicieron dos investigaciones juridicas.
Una por un Notario Apostólico, a quien el General , el padre Fray Francisco de Cuenca, autorizó para que tomase juramento a los Religiosos; y fue él el primero que dijo, y dio principio a las pruebas de el milagro. Luego interrogó a los demás testigos, tanto Religiosos como Seglares, que fueron muchos.
La otra se hizo después por orden del Eminentísimo Señor Cardenal Don Antonio Zapata, Inquisidor General en estos Reinos, y Gobernador de el Arzobispado de Toledo. En aquella epoca, la orden Jerónima habia estado en entredicho, ya que habian detectado muchos casos de criptojudaismo en el seno de la orden. Sin embargo, tras haber estudiado con detenimiento los informes y las censuras de las personas doctas, y Calificadores de la Santa y General Inquisición, aprobó, y declaró este caso por milagroso, por haberse oído la dicha Música, cosa tan rara y fuera del curso ordinario, superior a la virtud de las causas naturales.
Nos han llegado los testimonios de algunos protagonistas que fueron interrogados en estas investigaciones.
- Alonso de Alcázar. Bajonista. Era natural de Alcázar de Consuegra (¿Ciudad Real?). Tocó el bajón en sus primeros años de monje, tarea que debió de abandonar más tarde. Declaró a propósito del milagro del canto de los ángeles en el coro en 1630: «Le pareció q[ue] vn contrabajo auía entrado en fuga con las demás voces con tanta consonançia q[ue] le hiço reparar con mucho cuydado q[ué] podía ser». Dice también que los niños de la hospedería se extrañaron «cómo no auían llamado a dos dellos q[ue] son cantores y se suelen juntar con los religiosos».
- Blas Carrillo. Nació en Viruega (¿Brihuega?, Guadalajara). Cantor. No entró como monje cantor, desarrolló una importante carrera intelectual y ocupó puestos de poder relevantes, pero «aiudaba a la capilla porque tenía exçelente voz y sabía de música lo bastante para lucir». Fue prior en Nuestra Señora de La Sisla de Toledo, San Jerónimo de Jesús de Ávila y San Jerónimo de Montamarta de Zamora, por lo que vivió mucho tiempo fuera de Lupiana. Fue uno de los monjes que declaró en el proceso sobre el canto de los ángeles en el coro en 1630: «oyeron una música a manera de canto de órgano».
- Alonso de Loranca, (Alonso Sánchez del Pozo) Tenor, corrector del canto y organista. Nació en Loranca de Tajuña (Guadalajara). Cuenta fray Alonso de la Trinidad, con cierta gracia, que «a ssido muy diestro cantor de voz muy buena, sonora y abultada, y aunque no a llegado en el órgano al primor destreça y gala que otros a ¿tocado? más que ninguno porque siempre a suplido las ausencias de todos». Fue uno de los monjes que escuchó cantar a los ángeles en el milagro de 1630 y declaró lo siguiente: «oyó música y parecióle q[ue] era en la yglesia y q[ue] quiçá por ser día tan principal se cantaba el Tantum ergo a canto de órgano aunque nunca lo ha visto hacer assí».
- Benito de Navarra, (Benito Martínez de Artieda). Maestro de capilla. Nació en Falces (Navarra). Por la documentación conocida se deduce que fue el maestro de capilla más importante de la historia de San Bartolomé de Lupiana, una figura clave en el momento de mayor esplendor musical del monasterio. Llegó a San Bartolomé tras una amplia formación musical, pues estudió en la catedral de Palencia con Cristóbal de Isla (maestro de capilla de 1616 a 1651), en la de Burgos con Bernardo Jalón (ocupó el magisterio entre 1623 y 1634) y en la Capilla Real con Mateo Romero, el maestro Capitán (maestro entre 1598 y 1634), «los tres maiores [maestros] que se an conocido en n[uest]ros siglos». Tomó el hábito cuando ya era maestro de capilla, pues así se le llama siendo todavía novicio. Su primera composición en el monasterio fue para celebrar la fiesta de agradecimiento por el milagro del canto de los ángeles en el coro en el año 1630. De hecho, fray Benito fue uno de los deponentes en la declaración sobre tal milagro, con una información de mayor contenido musical: «oyó este testigo por dos veçes unas voces como final de canto de órgano de consonancia perfecta y particularmente distinguió vn contralto y un tiple q[ue] a su parecer fueron los que se quedaron los postreros».
- Bernardino de Quer, (Bernardino Coronado). Cantor. Natural de Quer (Guadalajara). Su voz, según fray Alonso de la Trinidad, era «famosa y la garganta argentada». Fue uno delos que escuchó cantar a los ángeles en 1630.
- Bartolomé de San Juan: «Oyó destintamente unas voces como final de cláusula de canto de órgano q[ue] acababan en consonancia».
- Juan de Medina: «Oyó este testigo vna música muy suaue a manera de los ecos q[ue] hacen los cantores desta s[an]ta casa quando cantan la Salue y no distinguió más sino pensó q[ue] realmente cantaban en el órgano de arriba».
- Mateo Sáncjez:, donado: «Alzó los ojos hazia las vouedillas a ber se cantaban allí el Tantum ergo a canto de órgano».
- Andrés Alonso, seglar: «Le pareçió que eran chirimías y voces todo junto conmucha consonançia».
- Bernardino de Aybar, parece que niño de la hospedería que cantaba de tiple en la capilla.
Para recordar lo acontencido, pintaron un cuadro, que colocaron en la Bóbeda del Coro, donde se ve la procesión que se hizo al llevar el Viático al Donado, y en lo alto multitud de bellísimos Angeles, repartidos en diversos Coros, que pueblan el aire, que llenaron de sus Celestiales ecos; los cuales se oyeron allí también: y le quisieron pintar allí, para tener de día, y de noche aquel acuerdo, que mueve a devoción, y a perpetuo agradecimiento.
Con el paso de los siglos, la orden de los Jeronimos y el monasterio de San Bartolome de Lupiana, sufrieron los avatares de la historia.
En septiembre de 1835, en España se decretó la extinción de las ordenes religiosas, con lo que los monjes tuvieron que abandonar sus monasterios a la fuerza, quedando el de San Bartolomé a su suerte.
Pasados los años, con la Desamortización, pasaron todos los bienes de los Jerónimos a ser propiedad de los señores de Jaramillo, primer marques de Barzanalla. Desde entonces el edificio estuvo destinado a pajar y garaje de carruajes. Desaparecieron los tarros y demas utensilios de su famosa botica, algunos fueron inicialmente a la farmacia de Lupiana. Otros restos se reciclaron a Lupiana u Horche.
Ya en 1895 hubo una reapertura del templo y acondicionamiento del
monasterio. Todas las pinturas y frescos se han perdido. Hubo que
derruir gran parte de la estructura.
En 1920-1930 se hundió
totalmente la techumbre de la iglesia, que ofrecía un impresionante
conjunto de pinturas al fresco hechas por los pintores italianos que
Felipe II trajo para trabajar en El Escorial (Cincinato, Frescobaldi,
Zúcaro, etc.)
Hoy en dia solo nos ha llegado una pequeña parte de lo que fue. Se emplea como lugar de celebraciones de bodas.
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